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Catolico: Periódico oficial en Español de la Arquidiócesis de Chicago

El Papa Benedicto XVI

Escribo esta columna en la noche del lunes, 11 de febrero, después de un día de estar respondiendo preguntas sobre el Santo Padre. Como todos los demás, me desperté con la noticia de que el Papa había renunciado a la oficina del papado, efectivo a partir del último día de febrero.

La semana pasada estuve en Roma para asistir a varias reuniones. El Papa recibió a un grupo de los que asistíamos a la Sesión Plenaria del Consejo Pontificio para la Cultura. Cuando lo saludé al final de la reunión, respondí a las preguntas que me hizo sobre mi salud. ¡No tuve el ánimo ni el pensamiento para preguntarle sobre la suya! Prometimos que oraríamos el uno por el otro.

Mis oraciones por él adquieren ahora una nueva intensidad. Tomó su decisión de renunciar al papado por amor a la Iglesia, después de llegar a la conclusión de que ya no tenía la fuerza física para cumplir con todas las tareas de su cargo. A lo largo de su vida, Joseph Ratzinger ha sido un hombre obediente, un hombre cuya fe en Dios le ha permitido entregarse por completo a todas las tareas a las que la Iglesia lo ha llamado. Él ahora está obedeciendo lo que Dios le dice a través de la debilidad de su propio cuerpo.

Sus ocho años como papa han enriquecido a la Iglesia con un cuerpo de enseñanzas centrado siempre en Cristo, quien se sacrificó para salvar al mundo, por amor a su Padre y a este mundo. En Cristo, nosotros adoramos al Padre en la verdad y el amor. La preocupación del Papa por una adoración correcta ha sido una constante en su enseñanza, porque en la adoración nos encontramos cara a cara con Dios. Si nuestra relación con Dios es correcta, si no nos ponemos en el lugar de Dios, entonces todas nuestras otras relaciones caen en su lugar: Nuestras relaciones con el mundo, con la raza humana, con nosotros mismos. Este es el tema central del Concilio Vaticano II, cuya aplicación ha estado en el centro de su papado del mismo modo que estuvo en el corazón de la de su predecesor.

El centro de nuestra relación con Dios es el amor, porque Dios es amor. Aquellos que descartan a Dios y tratan de olvidarlo, a menudo terminan amando las cosas erróneas. La enseñanza de Benedicto XVI se ha caracterizado por la forma en que relaciona toda la doctrina y toda la moral con el amor. Este año, en su mensaje para la Cuaresma nos enseña que la justicia no puede separarse del amor, como tampoco puede hacerlo la fe. La moralidad no puede separarse del amor y de los sacrificios que exige. La cuestión económica no puede ser respondida separada de la gratuidad o de la generosidad, que es un signo de amor. Los escritos del Papa, sobre Cristo y sobre el abnegado amor que Cristo trajo de vuelta a un mundo que fue creado bueno y agradable antes de la caída, son una obra maestra sinfónica que inspirará a los fieles de generaciones por venir.

El corazón pastoral del Papa se ha mostrado en sus encuentros con las víctimas de abuso sexual, en su preocupación por la seguridad de los cristianos perseguidos por su fe, en el sacrificio de su propia salud con el fin de viajar alrededor del mundo para animar a los promotores de la paz y para transmitir la fe. Una y otra vez, el Papa ha hablado de la alegría que está presente en el corazón de un creyente que, en las buenas y en las malas, vive en unión íntima con Cristo. Benedicto XVI es tan bueno como inteligente.

Hay unos mil trescientos millones de católicos en el mundo, de los cuales cerca de setenta millones viven en los Estados Unidos. El Papa, al igual que sus predecesores y sus sucesores, es un pastor universal, que responde al clamor de los pobres de todo el mundo y a los desafíos a la fe en cada lugar. Nuestros medios de comunicación, y nosotros mismos, a menudo pensamos en el mundo como si todos afuera compartieran las preocupaciones que nos corresponden en este país. Sería bueno que en las próximas semanas conserváramos firmemente en mente un sentido del catolicismo como una religión global ahora que algunos intenten analizar el papado y la Iglesia en términos demasiado estrechos para una fe universal.

El santo patrono personal del Papa es San José, quien amó y guardó a Jesús y a su madre, y quien por lo tanto es patrono de la Iglesia Universal. Me imagino que el Papa está rezando a San José para que proteja a la Iglesia y al obispo que será el próximo sucesor de San Pedro. Ahora que el Papa Benedicto XVI abandone la vida pública que era a la vez una cruz y una alegría para él, estará presente en las oraciones de los católicos y de otros cristianos en todo el mundo. Que el Señor cuide muy bien de él, del mismo modo que él ha cuidado muy bien de nosotros.

Sinceramente suyo en Cristo:

Cardenal Francis George,O.M.I.

Arzobispo de Chicago

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