
La columna del Cardenal
Cardenal Francis George, O.M.I.
Legislación para crear matrimonios de “personas del mismo sexo”: ¿Qué está en juego?
Ahora que comienza el año nuevo de 2013, se está proponiendo una ley en la Asamblea General para cambiar en Illinois la definición legal del matrimonio para dar cabida a las personas del mismo sexo que deseen “casarse” entre sí. En esta discusión, la Iglesia será retratada como “anti-gay”, la cual es una postura difícil para estar, especialmente cuando las familias y la Iglesia misma aman a sus miembros que tienen una orientación al mismo sexo. ¿Qué está en juego en esta propuesta legislativa y en la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio?
En esencia, la naturaleza del matrimonio no es una cuestión religiosa. El matrimonio nos viene de la naturaleza. Cristo santifica el matrimonio como un sacramento para los bautizados, dándole importancia más allá de su realidad natural; el Estado protege el matrimonio, ya que es esencial para la familia y para el bien común de la sociedad. Pero ni la Iglesia ni el Estado inventaron el matrimonio y ninguno puede cambiar su naturaleza.
La Naturaleza y la naturaleza de Dios, para usar la expresión en la Declaración de la Independencia de nuestro país, dan a la especie humana dos sexos que se complementan entre sí, capaces de transmitir la vida a través de lo que la ley ha reconocido hasta ahora como una unión marital. Las relaciones sexuales consumadas entre un hombre y una mujer están idealmente basadas en el amor mutuo y siempre deben basarse en el consentimiento mutuo, si se trata de acciones genuinamente humanas. Pero no importa cuán fuerte pueda ser una amistad o cuán profundo pueda ser un amor entre personas del mismo sexo, es físicamente imposible que dos hombres o dos mujeres, puedan consumar una unión marital. Incluso en el derecho civil, la no consumación del matrimonio es motivo de anulación.
Las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer son naturales y necesariamente diferentes de las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Esta verdad es parte del sentido común de la raza humana. Esto era cierto antes de la existencia de cualquier Iglesia o Estado, y seguirá siendo cierto cuando no haya Estado de Illinois ni Estados Unidos de América. Una propuesta para cambiar esta verdad sobre el matrimonio en el derecho civil no es tanto una amenaza a la religión como una afrenta a la razón humana y al bien común de la sociedad. Esto significa que todos vamos a pretender que aceptaremos algo que sabemos que es físicamente imposible. La Asamblea Legislativa podría muy bien derogar la ley de la gravedad.
¿Qué está, pues, en juego en este proyecto de ley? Lo que ciertamente está en juego es la relación natural entre padres e hijos. Los niños, incluso si son amados y criados por los que no son sus padres biológicos, quieren saber quiénes son sus padres, quienes son su familia natural. La fascinación con las tablas genealógicas y la apertura de expedientes de adopción son prueba de este deseo de encontrarse con uno mismo en una sucesión biológica de las generaciones. Ningún “estudio” honesto ha desmentido lo que todos sabemos. El matrimonio estable entre un esposo y una esposa ha protegido a sus hijos, rodeándolos con el amor familiar y creando una base segura para el florecimiento humano. Este deseo natural, ya debilitado en una sociedad aparentemente más y más promiscua, ya no será privilegiada en el derecho civil. No será más “normal” que cualquier otro arreglo “familiar”. Si la naturaleza del matrimonio se destruye en el derecho civil, la familia natural también se va.
A su vez, los que conocen la diferencia entre el matrimonio y los acuerdos de personas del mismo sexo serán considerados unos fanáticos. Aquí es donde la cuestión religiosa entra en juego. Incluir “libertad religiosa” en el título del proyecto de ley reconoce que la enseñanza religiosa basada en verdades naturales ahora se considerará evidencia de discriminación ilegal y será sancionada por la ley. El título de la ley es irónico, si no es que falso. Los que saben que el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer por el bien de la familia cargarán con un oprobio social que no los hará bienvenidos en la mayoría de las facultades universitarias y en los consejos editoriales de los principales periódicos. Estarán excluidos de la industria del entretenimiento. Sus hijos y nietos aprenderán en las escuelas públicas que sus padres no están iluminados, el equivalente de los racistas equivocados. Las leyes enseñan; expresan los valores sociales aceptados y la mayoría de la gente se adhiere a las tendencias sociales, aun cuando la opinión de la mayoría se case con causas inmorales.
La legalización del aborto es un buen ejemplo de cómo un procedimiento inmoral que mata a los bebés en el vientre de su madre por primera vez está permitido legalmente en circunstancias limitadas, como un mal necesario y, a continuación, se mueve cuarenta años para convertirse en una condición de la libertad humana, necesaria para ser conservada a toda costa, una parte esencial de la “atención de la salud reproductiva”. Estamos en la misma trayectoria con el matrimonio. Las leyes modelo que crean uniones del mismo sexo como un matrimonio civil han sido parte de la educación legal durante décadas. Los medios de comunicación han iniciado una campaña sobre este tema por casi tanto tiempo, desensibilizando a la gente para aceptar como normal algo que había sido reconocido previamente como problemático. Estamos en el final de un esfuerzo enorme de propaganda de parte de aquellos que están seguros en su convicción de que están a la vanguardia del desarrollo humano. Pero lo que estamos viendo no es particularmente nuevo. Hace dos mil años, la Iglesia nació en una sociedad con los valores que ahora se están empujando como algo necesario para una sociedad justa en la actualidad.
¿Por qué esta ley? Dado que todas las consecuencias estrictamente legales del matrimonio natural, ya están dadas para parejas del mismo sexo en uniones civiles, lo que está en juego en esta cuestión para algunas personas con orientación homosexual es auto-respeto y la plena aceptación social de sus actividades sexuales. Y debido a que las personas con una mente justa no pueden aprobar el odio o el desprecio de los demás, el “matrimonio homosexual” se convierte para muchos en una respuesta bien intencionada y de buen corazón para ayudar a otros a ser felices. Pero el matrimonio es un compromiso público con una responsabilidad que implica algo más que la felicidad personal de dos adultos. La invención de los “derechos civiles” que contradicen los derechos naturales no resuelve el problema de la infelicidad personal.
Algunos religiosos han enmarcado su aceptación a esta propuesta de ley como un ejemplo de la compasión, la justicia y la inclusión. Como actitudes que son, estos sentimientos se han utilizado para justificar todo, desde la eugenesia a la eutanasia. Si la religión ha de ser más que un sentimiento, el contenido moral de estas palabras tiene que ser llenado de las verdades de lo que la razón humana entiende y Dios ha revelado. Las uniones del mismo sexo son incompatibles con la enseñanza que ha mantenido a la Iglesia unida a su Señor durante dos mil años.
La Iglesia Católica en la Arquidiócesis ha condenado la violencia o el odio hacia los hombres y mujeres con orientación homosexual. Una buena práctica pastoral anima a las familias a aceptar a sus hijos, sin importar su orientación sexual, y no romper relaciones con ellos. La Arquidiócesis ofrece misas y otras ayudas espirituales para los que viven su homosexualidad de manera anónima (grupos Courage) y también para aquellos que quieren ser públicamente parte de la comunidad gay (AGLO, que celebra su vigésimo quinto aniversario este año). Las personas viven su identidad sexual de diferentes maneras, pero la Iglesia siempre ofrece los medios para vivir la castidad en todas las circunstancias, como el amor de Dios a la vez obliga y hace posible.
Por último, lo que está en juego en este proyecto de ley fue objeto de un par de frases en el discurso reciente de fin de año de nuestro Santo Padre, dirigido a sus compañeros de trabajo en Roma. Citando el Gran Rabino de Francia, Gilles Bernheim, quien recientemente habló sobre el impacto de la “filosofía de género”, ya que afecta a las propuestas legislativas de matrimonio en Francia, el Papa Benedicto comentó: “La manipulación de la naturaleza, sobre lo que nos quejamos hoy en día cuando se refiere al medio ambiente, se convierte ahora en una opción fundamental del hombre sobre él mismo. A partir de ahora sólo existe el ser humano abstracto, que elige para sí mismo lo que su naturaleza debe ser. El hombre y la mujer en su estado natural creado como versiones complementarias de lo que significa ser humano están en disputa. Pero si no hay una dualidad pre-ordenada del hombre y la mujer en la creación, entonces tampoco la familia es ya una realidad establecida por la creación. Del mismo modo, el niño ha perdido el lugar que había ocupado hasta entonces y la dignidad que le pertenece. El Rabino Bernheim muestra que ahora, por fuerza, de ser un sujeto de derecho, el niño se ha convertido en un objeto sobre el que las personas tienen derecho y que tienen el derecho de obtener. Cuando la libertad de ser creativo se convierte en la libertad de crearse uno mismo, entonces necesariamente se niega al Creador mismo y, finalmente, también el hombre es despojado de su dignidad como criatura de Dios, como la imagen de Dios en el centro de su ser. La defensa de la familia tiene que ver con el hombre mismo. Y queda claro que cuando se niega a Dios, la dignidad humana también desaparece. El que defiende a Dios defiende al hombre”.
Eso es lo que está en juego ahora. A pesar de la aparente inevitabilidad de la legislación del “matrimonio homosexual”, cada ciudadano responsable debe considerar lo que él o ella deben hacer en estos momentos en que, esta legislatura saliente, muchos de cuyos miembros ya no son responsables ante sus electores, se prepara para tomar una decisión que tendrá enormes consecuencias para todos. Que Dios los bendiga.
Sinceramente suyo en Cristo:
Cardenal Francis George,O.M.I.
Arzobispo de Chicago