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Catolico: Periódico oficial en Español de la Arquidiócesis de Chicago

¿Qué hay en un nombre?

La tercera edición del Misal Romano posterior al Vaticano II que ahora se utiliza para adorar a Dios en la Misa tiene una gama más amplia de Plegarias Eucarísticas y Prefacios e incluye las fiestas de los santos canonizados en los últimos veinte años. También restaura al calendario litúrgico algunas fiestas que se había omitido en la primera y segunda edición del Misal después del Concilio Vaticano II. Entre las fiestas que han sido restituidas está la del Santo Nombre de Jesús, que ahora se celebra el 3 de enero de cada año. Esta restitución es importante para la Arquidiócesis de Chicago, debido a que el Santo Nombre de Jesús es la fiesta titular de nuestra iglesia y parroquia catedral.

Saber el nombre de alguien permite iniciar una relación o una amistad y tal vez más. Si, en el primer encuentro con un extraño, él o ella se niega a dar su nombre, no se puede desarrollar ninguna relación. Los nombres, sin embargo, también se pueden utilizar para controlar. Nombramos a nuestras mascotas y a los animales para poderlos llamar; y esperamos que obedezcan. Damos libremente nuestro nombre a otra persona cuando nos comprometemos a llamar o a mantenernos en contacto de una manera tal que se respeta la libertad y la dignidad de cada parte. Cuando alguien obtiene de otro su nombre a la fuerza significa que la relación no es libre; uno de ellos es el prisionero del otro. Un nombre que se da libremente es una invitación a una relación que es liberadora.

En toda las Sagradas Escrituras, los seres humanos, incluso los más cercanos a Dios, como Moisés y los profetas, preguntaron el nombre de Dios. Dios tomó un tiempo muy largo, de muchos siglos, para responder, porque estaba enseñando a su pueblo que no era uno de los “dioses” adorados por otros pueblos. Todos ellos tenían nombres. Eran seres supremos en los mitos paganos, pero no eran Dios. En consecuencia, el pueblo elegido utilizó sustitutos, como el “Señor”, cuando quiso utilizar un nombre personal, cuando se dirigía a Dios en la oración. Nadie le da a Dios un nombre, nadie controla a Dios.

La invitación a la intimidad con Dios que es posible gracias a que conocemos el nombre de Jesús es, pues, algo para reflexionar en el año nuevo que comienza a desarrollarse. El arcángel Gabriel le dijo a María cuando ella concibió por obra del Espíritu Santo que debía nombrar “Jesús” a su hijo. Años más tarde, este mismo Jesús les diría a sus discípulos que el Padre y él son uno y que todo lo que pidieron al Padre en su nombre, el Padre se los daría (Juan 16,24). Porque, dado que gracias al bautismo somos hermanos y hermanas de Jesús, nos atrevemos a llamar a Dios “Padre”. La relación de Jesús con el Padre es compartida con nosotros. Cuando oraba por sus discípulos la noche antes de morir, Jesús dijo: “Padre Santo, guárdalos en ese nombre tuyo que a mi me diste, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo los cuidaba en tu Nombre, pues tú me los habías encomendado… Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amas esté en ellos y también yo esté en ellos (Juan 17, 11-12 y 26). La oración cristiana a Dios, el Padre de Jesús y el nuestro, siempre se hace invocando el nombre de Jesús, nuestro hermano y nuestro Señor. Las oraciones del Misal Romano se hacen siempre “por Cristo, nuestro Señor”. Dios confía en nosotros con un nombre por el que va a responder. Esto implica una gran responsabilidad por nuestra parte. Una conversación devota nunca debe tomarse a la ligera. Dios no debe darse por sentado. El nombre de Jesús es santo.

También en enero, celebramos la Semana de las Escuelas Católicas. Lo que distingue a nuestras escuelas, que eligen personas que a menudo hacen grandes sacrificios para enviar a sus hijos con ellos, es que tienen la libertad de hablar sobre Dios y sobre el destino humano y sobre eso que es esencial e importante de nuestras vidas: nuestra relación con Dios. Esta libertad para hablar de cosas más allá de las meramente materiales crea una comunidad de fe y amor en el que los niños están seguros de ser ellos mismos y de aprender la verdad. Estoy muy orgulloso de nuestras escuelas, como lo deberíamos estar todos. Agradezco a todos aquellos que las edifican día a día y a quienes las apoyan con tanta generosidad.

El 22 de enero, el nuevo Misal Romano en inglés para este país incluye una Misa pidiendo perdón por la decisión de la Suprema Corte hace treinta y nueve años, que eliminó la protección de la ley a los niños que aún están en el vientre de su madre. Muchos jóvenes de Chicago fueron a Washington, DC, para la Marcha por la Vida. Nuestras oraciones continúan, pero este año ese mismo sistema legal que eliminó hace casi cuatro décadas la protección de la ley a los niños que están por nacer también está eliminando las protecciones a la Iglesia para ejercer sus ministerios libremente. Las libertades básicas que damos por sentadas, el derecho a la vida y el libre ejercicio de la religión, pueden ser retiradas por una corte civil o por un plumazo de un administrador. ¿De quién será la libertad o qué ministerio será el próximo en ser retirado? Lo que es legal no siempre es moral. Todos sabemos eso y podemos vivir con ello. Con lo que no podemos vivir es con un sistema legal que castiga a aquellos cuyas normas morales no están cortadas con la misma tijera que la legal.

Otra cosa que hacemos en enero es que oramos por la unidad de todos los que invocan a Jesús como “Señor”. La oración de Jesús por la unidad la tomamos durante la semana de oración por la unidad cristiana que termina el 25 de enero, fiesta de la conversión de San Pablo. La unidad de los cristianos no puede negociarse. Como la fe misma, la unidad es un don. Fluye de la conversión que tiene lugar cuando, a través de la gracia de Dios, los deseos de Jesús se convierten en los nuestros. El tema para la semana de oración de este año por la unidad visible y efectiva de todos los cristianos es: “Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo”. Nuestra conversión, el cambio fundamental de nuestra mente y corazón, es posible porque Jesús es victorioso sobre la muerte. Nuestra conversión y la de nuestra sociedad es la obra de la verdad y del amor. Esto sucederá si lo pedimos en el nombre de Jesús. Esta es mi oración para mí y para todos nosotros cada día. Que Dios los bendiga.

Sinceramente suyo en Cristo:

Cardenal Francis George,O.M.I.

Arzobispo de Chicago

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